sábado, 29 de noviembre de 2008

La vida después de la vida

"¿Cuando te quieres morir?", era una pregunta que a veces nos hacíamos de niños. Eran los tiempos cuando el 2000 nos parecía tan lejano, que todo lo improbable lo dejábamos para esa fecha. "Préstame cinco mil pesos... te los pago en el año 2000". Y cuando nos dimos cuenta... duh! ya estábamos en él. Y de eso hace ocho años.

"¿Cuando te quieres morir?"

A nadie le gusta hablar de la muerte. Las respuestas mas obvias para la pregunta, eran (cuando niños): "!Nunca!", "Cuando se muera Dios", "En cien años". Esperanza, por encima de todo. Por supuesto, todos desean prolongar su vida tanto como sea posible (excepto quienes tienen tendencias suicidas). Pero lo interesante no es el cuándo, sino el cómo.

"Durmiendo".
"Sin darme cuenta".
"De una balazo en la cabeza".

Son las respuestas mas comunes. Casi nadie quiere enterarse de que va a morir. Es una posibilidad bastante aterradora. Woody Allen lo reflejó en una de sus películas ("La última noche de Boris Grushenko", me parece): "No me asusta la idea de morir. Sólo no quiero estar ahí cuando suceda".

¿Miedo a la muerte?
¿Miedo a la vida?

La vida nos pega definitivamente un buen susto cuando nacemos. Por eso llegamos llorando a este mundo. Y la existencia de una persona termina también con un susto. El de saber que ya se acabó todo. Que ya no podremos experimentar las sensaciones placenteras, aun las tristes y las amargas. La nada.

Preferiría estar consciente en ese momento. Estar al tanto de que disfruté y que viví literalmente hasta el último segundo. Que usé todo el tiempo que tuve para vivir. Qué fui capaz de recordar en los momentos finales, lo que hice con mi vida, de pensar que estuvo bien hecho. Apreciar lo que hice, pensar en haber hecho lo que no hice. Despedirme (aunque sea mentalmente) de la gente que extrañaría de seguir consciente.

No darme cuenta me parece una desventaja. Es como estar enmedio de la fiesta y de pronto, la música cesa y se queda uno bailando solo en el centro de la pista, sientiéndose un estúpido bicharrajo. Sin ninguna explicación.

Gracias, pero prefiero vivir incluso el momento de morir. De preferencia, con horas de anticipación (días no, por favor). Así, podría pensar a quien dejarle mi colección de libros, mis discos (suponiendo que alguien los quiera). Cortar esa "flor" que nunca pude cortar (o al menos intentarlo). Decirles adiós a quienes vale la pena decirles adiós. Creo que entonces, a nadie le faltaría el valor para decir: "Siempre me caíste muy bien." "Siempre admiré tu trabajo." "Siempre me caíste mal." "Siempre me gustaste."

Nada de aventuras, nada de paracaídas. Solo mirar hacia atrás, viendo con satisfacción que viví una vida buena, y que hice lo que estuvo en mi mano, y lo que deseé. E irme, al contrario de como llegué: con una sonrisa en vez de llanto.

No temo a la muerte. Temo a ya no estar vivo.

(Y por favor, nada de funerales).


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