lunes, 22 de diciembre de 2008

Vuelos

La última noche de mi vida empezó cuando la tarde se volvió más oscura y dieron las 7. El cielo se veía lleno de colores: azul, turquesa, naranja, azafrán, violeta, azul oscuro (no necesariamente en ese orden). Olía a hierba. Sentí un descenso en la temperatura conforme el aire freso del exterior me envolvía. Hasta mucho después me di cuenta de que no había grillos.

La noche, despejada, pocas estrellas abajo. Muchas estrellas arriba, a los 10,000 pies de altitud. Como era la última noche de mi vida, respiré hondo, mirándolo todo con atención, como si tratara de grabarme hasta el último detalle (quien saber para qué, si después no los iba a recordar).

Llegamos a la puerta/escalera. Arriba, nos esperaba la azafata para darnos la bienvenida. El avión era pequeño, de 45 plazas. Me tocó la hilera de asientos solos. Ventana, obvio.

Cuando menos lo esperaba, el avión empezó a rodar en la pista. Cuando se quedó inmóvil, ya se esperaba uno que la acción estaba por empezar. La espera parecía interminable, cuando un impulso fortísimo empujó al avión hacia adelante (y a los pasajeros contra el respaldo del asiento que teníamos en frente), junto con un zumbido cada vez mas fuerte. Hasta que la sensación de ser empujado se hizo mas fuerte aun y empezamos a elevarnos.

Dos horas después, aterrizamos en la Cd. de México. La última noche de mi vida se pospuso y tendrá que esperar.